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Entre ser escritor y ser arquitecto, una nostalgia

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Me siento muy agradecido con el Centro de Estudiantes de Arquitectura y la Coordinación de la Carrera de Arquitectura en la Universidad Simón Bolívar (USB), por la gentil invitación que me hicieron para participar en la Semana de la Carrera de Arquitectura de este año. Se trató de una tertulia, acompañando a la sensible arquitecta Liliana Amundaraín y al siempre admirable profesor Luis Miguel Isava. Ella aportó a la conversación un delicado y hermoso ejercicio de lectura del cuento Las babas del diablo , de Julio Cortázar (1959) y la contrastó, desde una mirada al fenómeno de la traducción y la deriva por la ciudad, con la película Blow-Up , de Michelangelo Antonioni (1966). Por su parte, Isava reflexionó sobre las dificultades de nuestra relación existencial con el lenguaje, en tanto vivimos permanentemente la tensión entre creer hacerlo y ser construidos por él, lo que nos exige un estado de consciencia que pocas veces logramos alcanzar. A ello se unió l

Ser arquitecto: proyectar

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Hasta este lugar del viaje, cuando me vuelvo a preguntar cómo me pienso como arquitecto, como arquitecto que respira al investigar, me digo que, paradójicamente, actúo como un arquero que ama coleccionar pequeñas rocas; alguien que recorre un camino que lo dirige hacia un horizonte que parece nítido, pero que desconoce si esa nitidez se debe a un profundo vacío… ¿hacia dónde? Es un arquero porque, sin ser el mejor, ha aprendido a dirigir sus flechas con cierto tino hacia donde se espera o necesita. Mal que bien, sabe orientar y eyectar frágiles entidades hechas a mano, casi hilos de nada, filamentos de un imaginar, para que surquen la intemperie y alcancen, en un instante siempre futuro, en un demorado después de su aliento, un lugar; un preciso lugar en medio de un bosque de accidentes. Es una paradoja: alguien que cultiva el aire con saetas adora llevar consigo alforjas que pesan; tal vez así recuerda la gravedad que le sostiene. Ama coleccionar pequeñas roc

En construcción

Desde que en octubre de 2005 comencé a llevar un blog, he usado este recurso como un cuaderno de bocetos, de anotaciones, memoria de lecturas y viajes. Cuaderno de bitácora más que diario, esta intangible realidad ha tenido esa sutil tensión que se siente cuando uno hace algo a lo que le va construyendo valores, que piensa representativo de una parte de la propia vida que quisiérase no ir olvidando y que, por tanto, es un compendio de intimidad difícil de compartir mas, precisamente, a la vez, se siente el deseo de mostrarlo a alguien, como quien abre un álbum de fotografías y comienza a narrar su pequeña historia, siguiendo el a veces azaroso orden de imágenes que se han ido sucediendo página tras página. Ya sea por injustificada sensación de soledad o deseo de trascendencia, el impulso de llevar una bitácora conlleva una existencial contradicción. Así, bajo el título de Crónicas del Asterión fui reuniendo una serie de muy desordenadas anotaciones que dejaba expuestas a la intempe